Artículo del editorial de El País, 26-2-11
Galileo es el nombre del fabuloso proyecto que iba a poner en órbita a Europa tanto en sentido litera ((l como figurado. Allá por 1999 la Unión Europea lo lanzó a bombo y platillo. En pocos años, se dijo, dejaríamos de depender del sistema militar estadounidense, el GPS, y pasaríamos a utilizar nuestros propios satélites de posicionamiento, mucho más precisos, de tecnología totalmente europea y de uso civil. Nadie podría desde Washington volver a ensombrecer la señal, como ocurrió durante la guerra de los Balcanes. El negocio sería
de enormes dimensiones: 40.000 millones de euros, se dijo. No, será el doble: 80.000. No, se ha vuelto a rectificar, el volumen de negocio que moverá alcanzará los 240.000 millones.
La guinda a este desaguisado que superará con mucho el coste inicial de 3.250 millones de euros, la ha puesto Wikileaks. Los telegramas del Departamento de Estado de los Estados Unidos filtrados por esta organización (y publicados por varios periódicos, entre ellos EL PAÍS) demuestran que Alemania intentó fusionar Galileo con su rival GPS. En realidad, ambos sistemas son complementarios y así lo plantearon los técnicos en su momento, pero entregar el control global a Washington en contra de las aspiraciones independentistas europeas podría ser calificado de una traición en toda regla.
No hubo traición, sin embargo, sino un nuevo parón al proyecto, con Alemania resistiéndose a seguir poniendo dinero y tres países atlantistas -Holanda, Reino Unido y Suecia- poniendo problemas. El resultado es genuinamente europeo: la mayoría de los satélites siguen en tierra y los plazos han vuelto a ampliarse. Habrá que esperar, dicen, a 2020 para disponer del fabuloso sistema. Todo ello demuestra que Estados Unidos no tenía razones para la inquietud. Sus socios europeos seguirán dependiendo del GPS o del sistema que para entonces esté explotando el amigo americano.
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