María recuerda haber sido encapuchada, interrogada y torturada. Recuerda que le arrancaron todos los dientes de su boca.
Pero también recuerda -en momentos en que Amnistía Internacional celebra su 50 aniversario- lo mucho que debe a esa organización defensora de los derechos humanos, que logró poner fin al horror y la liberó.
"No creo que si yo digo 'gracias' sea suficiente", dice María Gillespie al referirse a los activistas de Amnistía Internacional en todo el mundo que hicieron campaña en su nombre.
"Les debo a mi vida", agrega.
Amnistía Internacional fue fundada 12 años antes de que María fuera encarcelada.
Un artículo publicado el 28 de mayo de 1961 convocó a la acción colectiva en nombre de todos aquellos injustamente encarcelados en todo el mundo.
Los torturadores le sacaron a María todos sus dientes. María cayó en esa categoría después de que en 1973 militares tomaron el poder en Uruguay, dando inicio a un período de severa represión.
Aunque todavía muy joven, para ese momento María ya estaba casada con un activista sindical.
Pero él era buscado por las autoridades y había huido del país. En su ausencia, y sólo unas pocas semanas después del nacimiento de su hija, María fue detenida. Fue acusada de ayudar a los enemigos del régimen y posteriormente fue condenada a 75 años de prisión.
Y así comenzó su confinamiento en solitario, en una celda sin ventanas iluminada sólo por una bombilla eléctrica. María describió los ruidos que se oían a través de las paredes.
"La gente gritaba. También se oía lo que sonaba como gente siendo arrastrada de un lugar a otro y luego tiros. Después, todo quedaba en silencio".
En varias ocasiones se la llevaron -con la cabeza encapuchada- para ser interrogada sobre lo que sabía de las personas cercanas a su esposo.
Pero ella no sabía nada. No tenía respuestas para sus interrogadores.
"Hubo una vez en la que oí el llanto de una niña. Me dijeron que era mi hija y que si no los ayudaba, algo le podría suceder a ella. A pesar de todo eso yo no tenía respuestas".
Eventualmente, cada vez que ella no podía contestar una pregunta, le sacaban un diente.
Y esta práctica terminó sólo cuando no le quedaron más.
"Los perdí todos", dijo.
"Simplemente horrible. El dolor. Y sin entender por qué. No había necesidad".
Pero un día, sorpresivamente, un guarda le entregó una tarjeta postal.
"Simplemente decía:'Querida María. Pensando en tí. Margaret'. Y la dirección era de Escocia".
María le dijo a los guardias que la tarjeta no podía ser para ella porque no conocía a nadie en Escocia. Pero ellos insistieron en que la tarjeta estaba dirigida a ella. Pocos días después llegó otra, esta vez desde Francia. Luego una de Canadá. La siguiente era de Estados Unidos. Pronto comenzaron a llegar montones de tarjetas.
En un momento determinado los guardias le informaron que le darían sólo algunas de las últimas tarjetas en llegar. Seguidamente, le entregaron 900 tarjetas. María se dio cuenta que en ellas siempre estaban las palabras "Amnistía Internacional". Ella nunca había oído hablar de la organización, y no podía entender por qué seguían llegando tarjetas.
Le preocupaba que Amnistía Internacional fuera una especie de grupo comunista, y temía que su apoyo pudiera meterla en más problemas aún. Pero las autoridades estaban cediendo ante la presión.
Tal vez se sentían incómodos con la idea de que personas decentes de todo el mundo observaban mientras torturaban a una niña de 15 años.
Finalmente las autoridades le mostraron a María un cuarto lleno de sacos de correo dirigido a ella.
No le quedó ninguna duda de que toda esta atención se había convertido en un problema y que, como consecuencia, sería puesta en libertad.
María fue obligada a salir de Uruguay inmediatamente. La enviaron en un barco a Argentina.
Mientras vagaba por las calles de Buenos Aires -hambrienta, desaliñada y confundida- vio un cartel en un edificio con las palabras que había visto en las cartas, "Amnistía Internacional".
Se puso en contacto con activistas de Amnistía Internacional y poco a poco comenzó a entender cómo la organización la había rescatado.
Después, María recibió asilo en Reino Unido y se pudo reunir con su marido y su hija.
Desde entonces se volvió a casar. Hoy María Gillespie vive en Chester, en el noroeste de Inglaterra.
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