Salimos de ver ‘Midnight in París’ y decidimos dejarnos llevar por la magia de Woody Allen y acercarnos a París sin decírselo a nadie.
Si el personaje de la película se metía en un carruaje a vivir su propia aventura atemporal, nosotros decidimos meternos en un avión y buscar nuestra aventura atemporal también. Una pequeña bolsa y nada más.
Nos levantamos a las seis de la mañana para coger el avión.
A las 10,30 ya estábamos en París. Llegamos a Orly. Tomamos el tren y nos dirigimos hasta la Sorbonne donde habíamos quedado con José Luis para recibir las llaves de su apartamento parisino donde íbamos a pasar nuestra mágica jornada particular. El encuentro en la Sorbonne nos inoculó la sabiduría parisina necesaria para disfrutar de esas cien horas mágicas.
Una vez obtuvimos las llaves, fuimos a comer cerca del apartamento a un restaurante chino en el barrio de Charenton. Allí averiguamos que los chinos odian la leche y por eso era imposible tomar un cortado.
Ya era hora de empezar. Cogimos el autobús y nos fuimos a la place des Vosgues, un rincón renacentista donde vivió Victor Hugo y también el cardenal Richelieu. Al llegar, un violinista tocaba música de Bach bajo uno de los arcos. Sentados en un banco contemplamos las gentes y la armonía de sus edificios: árboles, plantas, músicos ambulantes, tiendas y gente mirando, paseando, cogidos de la mano susurrándose secretos. De allí a los alrededores de Notre Dame nos dedicamos a recorrer las pequeñas calles que nos llevaron a la Île de St Louis. Más calles pequeñas y estrechas, tiendas, escaparates, personas diversas, el puente lleno de candados de enamorados que no querían romper su momento mágico junto al Sena: besos robados.
Una crêpe en un pequeño restaurante nos reconfortó y dio fuerzas para seguir nuestra mágica jornada particular. Jornada que tras el breve reposo de la primera noche, nos llevó al barrio del Boulevard St Germain, St Michel, calles y calles saboreando el aroma parisino, sus barrios y sus gentes. El barrio Latino en pleno hervor. Un museo al aire libre y ¡vivo! El verdadero museo: París.
Seguimos hacia St Sulpice donde comimos en Le Café des Editeurs, rodeados de libros, comida francesa y franceses. Nuestros pasos nos llevaron a la Place St Sulpice. Allí entramos en la iglesia, solos, obscura, y con el sonido estremecedor del órgano que nos envolvía. Necesitamos salir para volver a nuestro siglo y nos dirigimos a la Maison de la Chine, a continuación la Maison de l’Afrique….. viajando y viajando sin movernos de París, en nuestra mágica jornada particular: más besos robados.
No nos conoce nadie y nadie sabe que estamos aquí. Esa es la magia de nuestra jornada particular.
Una jornada que llevaba ya 36 horas, y seguía siendo nuestra.
Paseo por los Jardines de Luxemburgo y siesta al sol frente al estanque lleno de hermosos barcos de madera, ágiles y veloces, guiados con una vara por niños convertidos por unas horas en piratas y marineros. Nada de teledirigidos, como parecía desde lejos.
Después, seguimos a la búsqueda de un esperado té a la menta en la Mosque y allí decidimos seguir callejeando y descubriendo la rue de le Pot du Fer. Una etapa más en nuestro viaje mágico.
Más besos robados que nos llevan nuevamente a dicha calle, a tomar nuestra segunda cena francesa de pescado fresco en L’Atlantide y después …. música en directo: jazz.
Primero en la Maison du Thé cerca del restaurante, y después en el Café Universal en la rue St Jacques.
La noche sigue …… Bd St Germain, más música junto al Sena, allí donde los parisinos y los turistas descienden para aislarse del bullicio callejero, por la noche todos buscando a jóvenes músicos mientras los pasajeros desde los barcos les jalean.
Cuando despertamos tras 50 horas de magia, de jornada particular, desayunamos y marchamos al Bois de Vincennes. Caminamos entre árboles, flores, caricias, cogidos de la mano y llegamos al Parc Floral. Más música, más jazz, más Getthebucket Quartet de Brooklyn y Mighty Mo Rodgers de Chicago.
Nuestro viaje mágico por el mundo continuaba y no nos dábamos cuenta de todos los países que llevábamos recorridos sin movernos de París.
Más besos robados.
Música, baile y cena en casa de Isabelle junto a Antoine, Remy, Françoise, José Luis y nosotros hasta que amanecimos de camino a Fontainebleau, caminando entre sus bosques de gigantescos árboles… seguía la magia de nuestra atemporal jornada particular.
¿Dónde estamos? ¿Hasta cuándo?
No lo sabemos. No importa. Es nuestra mágica jornada particular.
Paseando por la Promenade Plantée, antigua vía ferroviaria reconvertida en un paseo elevado de unos cuatro kilómetros que une La Bastille y el Bois de Vincennes. En el viaducto inferior podemos ver boutiques, ateliers, luthiers,…
En una lección de historia francesa condensada pasamos, casi sin quererlo, en pocas horas de Fontainebleau a la Place de La Bastille y a continuación a la Place de la Republique.
Una vez llegamos a La Bastille deambulamos por el Canal de Saint Martin entre bistrots, restaurants, boutiques, y jóvenes sentados junto al canal observando cómo los árboles con sus ramas acarician el agua del canal ….. y decidimos hacer nuestra última comida en el restaurant Marine.
Llevábamos 96 horas de jornada particular llena de magia, sol, nubes, lluvia, y besos robados.
Para llegar a las cien horas decidimos parar en el Hôtel de Ville, habiendo pasado previamente entre los ‘bouquinistes’ o libreros de viejo de las orillas del Sena, y empaparnos de impresionismo.
Nos encontramos con una exposición imprevista que nos llevó a admirar las fachadas de los edificios de París con sus escenas cotidianas, el París trágico y placentero de la mano de los impresionistas más famosos: Manet, Degas, Monet, Renoir, Vuillard, Van Gogh, Pissarro, Gauguin, …
El cuadro que nos dio la despedida fue el retrato de Marcel Proust de Blanche. Al igual que con su magdalena rememoró la niñez de su personaje principal y nos dedicó los volúmenes que poca gente ha leído, la orquídea en su solapa nos señalaba lo efímero de la vida alegre. Lo efímero de nuestra mágica jornada particular.
Ya, a punto de despertar de nuestro sueño, las campanas de Notre Dame, centinela del Sena, nos despiden al tiempo que leemos la frase de José Maria Eça de Quiroz, el mejor escritor realista portugués del s.XIX, que resume nuestra mágica jornada particular:
Il n’y a de véritablement intéressant dans le monde que París …, tout le reste est paysage.
1 comentario:
Ya veo que no dejasteis rincón parisino por visitar ni posada donde restaurar. Malgré el tiempo sempiternamente gris (a excepción del verano) c'est bien vrai que "Paris vaut bien une messe"... :)
Publicar un comentario