Siete muertes absurdas: Isadora Duncan, David Carradine, Jim Fixx, Tennessee Williams, Bobby Leach, Periandro y William Burroughs.
Espero que lo disfrutéis.
Decía el clásico poeta Horacio que “La
pálida muerte llama con el mismo pie a las chozas de los pobres que a
los palacios de los reyes”. Y es que el final nos ha de llegar a todos,
pero si se puede elegir, mejor marcharse de este mundo de una forma
prosaica, pero digna, que abandonarlo por la puerta grande del absurdo.
En este nuevo ranking, repasamos el desafortunado final de siete
personajes que, al margen de sus hazañas en vida, pasaron a los anales
de la historia por sus desatinadas muertes.
Isadora Duncan: Demasiada pasión por lo suyo
La
poco convencional precursora de la danza moderna murió asfixiada por su
propio chal, al quedarse éste enredado entre la llanta de radios y el
eje trasero del vehículo en el que viajaba. En torno a su muerte se
construyeron todo tipo de leyendas y especulaciones. Historias que sin
duda contribuyeron a la consolidación del mito, y que apuntan a la
pasión como desencadenante principal de su muerte. Pasión extrapolable
tanto a la adoración que profesaba la bailarina a sus amplios chales,
como al caballero que la acompañaba cuando acontecio su muerte. Y es que
algunos testigos amigos de la artista afirmaron que antes de subir al
vehículo sus postreras palabras fueron “Je vais à l’amour”, una clara
referencia al inminente encuentro romántico al que se dirigía. Sin
embargo, quizá por respeto a su memoria o por pura mitificación, estas
últimas palabras pasarían a la historia como ‘Profitez de la vie mes
amis, je vais à l’encontre de la célébrité.“
David Carradine: La petite grande morte
El mítico actor de Kung Fu fue hallado
muerto en extrañas circunstancias en un hotel del centro de Bangkok.
Fuentes policiales afirmaron que Carradine estaba desnudo en el interior
de un armario con una soga al cuello. Si bien en un primer momento se
apuntó a un posible suicidio, la posterior autopsia revelaría que la
causa principal de la muerte fue la asfixia autoerótica; un diagnóstico
que fue secundado por las mujeres de Carradine quienes tras su muerte,
confesaron que una de las prácticas sexuales favoritas del actor era el self-bondage. Por todos es conocida la célebre comparación entre el orgasmo y la petite morte, aunque en este caso el actor lo llevó a las máximas consecuencias…
Jim Fixx: El deporte perjudica seriamente la salud
Dicen
que en casa del herrero, cuchillo de palo. Una ironía que en el caso de
Jim Fixx le costó la vida. Fixx, quien se hizo popular tras la
publicación del bestseller ´The Complete Book of Running’, donde hacía
apología del ejercicio como clave de la longevidad, murió de un ataque
al corazón mientras practicaba footing.
Tennessee Williams: Tonto del bote
El
acto final del célebre dramaturgo sureño no estuvo a la altura de sus
grandes obras de teatro. Y es que el autor de ‘Un tranvía llamado deseo’
murió solo en el baño de un hotel neoyorquino al atragantarse con la
tapa de un bote de colirio, que previamente había abierto con la boca.
Bobby Leach: Caprichos del destino
Bobby
Leach tuvo que agotar sus siete vidas de golpe al ser la segunda
persona en lanzarse en un barril por las cataratas del Niágara. Eso o el
destino le jugó una mala pasada cuando resbaló con una simple cáscara
de naranja (otras fuentes señalan que fue de plátano). Una desafortunada
caída que le valió la amputación de una pierna y que tras
complicaciones posteriores acabó costándole la vida.
Periandro: Kill the messenger
Uno
de los Siete Sabios griegos, algunos textos clásicos lo señalan como el
primer suicida de la historia y a juzgar por la sangría que supuso su
muerte, el autor de la primera masacre colectiva. Al parecer, el sabio
tirano corintio quería evitar a toda costa que sus enemigos
descuartizaran su cuerpo cuando se quitara la vida, por lo que ideó un
maquiavélico plan digno de un psychokiller. El gobernante eligió un
lugar apartado en el bosque y encargó a dos soldados que le asesinaran y
enterraran allí mismo. Pero fiel a su carácter paranoico, había
encargado a otros dos hombres que siguieran a sus asesinos por encargo,
les mataran y sepultaran un poco más lejos. A su vez, otros dos hombres
debían acabar con los anteriores y enterrarlos algunos metros después, y
así hasta alcanzar un número desconocido de muertos.
William Burroughs: La maté porque era mía
El
escritor beat y su pareja, Joan Vollmer, se encontraban en una fiesta
en un bar de la capital mexicana, cuando entre tequilas y demás
estimulantes, al artista se le ocurrió una magnífica idea: jugar a
Guillermo Tell. Con una notable diferencia, que en lugar de arco y
flecha, usaría su inseparable Colt 45 para apuntar a una manzana sobre
la cabeza de su amante. Lo que a priori era pecata minuta para
un gran tirador como él, la mala suerte unida a la borrachera hicieron
que el jueguecito se tornara en desgracia, resultando en la muerte de
Vollmer y la posterior encarcelación del literato.
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