Hoy empezaremos con algo diferente. Oiremos las primeras líneas de Lolita de Vladimir Nabokov leídas por él mismo: Lolita, light of my life, fire of my loins. My sin, my soul. (Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía).
El libro 'Malleus Maleficarum', también llamado 'El martillo de las brujas', recomendaba el más despiadado exorcismo contra el demonio que lleva tetas y pelo largo.
Dos inquisidores alemanes, Heinrich Kramer y Jakob Sprenger, escribieron, por encargo del papa Inocencio VIII, este fundamento jurídico y teológico de los tribunales de la Santa Inquisición.
Los autores demostraban que las brujas, harén de Satán, representaban a las mujeres en estado natural, porque toda brujería proviene de la lujuria carnal, que en las mujeres es insaciable. Y advertían que esos seres de aspecto bello, contacto fétido y mortal compañía encantaban a los hombres y los atraían, silbidos de serpiente, colas de escorpión, para aniquilarlos.
Este tratado de criminología aconsejaba someter a tormento a todas las sospechosas de brujería. Si confesaban, merecían el fuego. Si no confesaban, también, porque solo una bruja, fortalecida por su amante el Diablo en los aquelarres, podía resistir semejante suplicio sin soltar la lengua.
El papa Honorio III había sentenciado:
-Las mujeres no deben hablar. Sus labios llevan el estigma de Eva, que perdió a los hombres.
Ocho siglos después, la Iglesia Católica les sigue negando el púlpito.
El mismo pánico hace que los fundamentalistas musulmanes les mutilen el sexo y les tapen la cara.
Y el alivio por el peligro conjurado mueve a los judíos muy ortodoxos a empezar el día susurrando:
-Gracias, Señor, por no haberme hecho mujer.
Espejos, Eduardo Galeano
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