Los dos habían tenido ciertas dificultades en su vida infantil.
Desde que nació, Shun no resultó nada simpático a su papá ni a su hermano mayor, y ellos prendieron fuego a su casa, con él adentro, pero el bebé ni siquiera se chamuscó. Y lo metieron en un pozo y le echaron tierra encima, hasta taparlo del todo, pero el bebé ni siquiera se enteró.
También su ministro, Ho Yi, había sobrevivido a los mimos familiares. Su mamá, convencida de que ese recién nacido iba a darle mala suerte, lo abandonó en pleno campo, para que lo matara el hambre. Y como el hambre no lo mató, lo arrojó al bosque, para que lo comieran los tigres. Y como a los tigres no les interesó, lo tiró en la nieve, para que el frío acabara con él. Y unos días después lo encontró, de buen humor y un poquito acalorado.
Espejos, Eduardo Galeano
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