Según cuentan los cuentacuentos de la memoria, Lei Zu crió el primer gusano. Le dio de comer hojas de morera blanca, y al poco tiempo los hilos de baba del gusano fueron tejiendo un capullo que envolvió su cuerpo. Entonces los dedos de Lei Zu desenrollaron ese hilo kilométrico, poquito a poco, de la más delicada manera. Y así el capullo, que iba a ser mariposa, fue seda.
La seda se convirtió en gasas transparentes, muselinas, tules y tafetanes, y vistió a las damas y a los señores con espesos terciopelos y brocados suntuosos, bordados de perlas.
Fuera del reino, la seda era un lujo prohibido. Sus rutas atravesaban montañas de nieve, desiertos de fuego y mares poblados de sirenas y piratas.
La fuga del gusano chino
Mucho tiempo después, en las rutas de la seda ya no acechaban tantos enemigos temibles, pero perdía la cabeza quien sacara de China semillas de morera o huevos del gusano hilandero.
En el año 420, Zuanzang, rey de Yutian, pidió la mano de una princesa china. Él la había visto una sola vez, dijo, pero desde entonces la había seguido viendo noche y día.
La princesa, Lu Shi se llamaba, le fue concedida.
Un embajador viajó a buscarla.
Hubo intercambio de regalos y hubo interminables agasajos y ceremonias.
En cierto momento, cuando pudo hablar a solas, el embajador contó a la princesa las angustias del marido que la esperaba. Desde siempre Yutian pagaba con jade la seda de China, pero ya poco jade quedaba en el reino.
Lu Shi no dijo nada. Su cara de luna llena no se movió.
Y se puso en marcha. La caravana que la acompañaba, miles de camellos, miles de tintineantes campanillas, atravesó el vasto desierto y llegó a la frontera en el paso de Yumenguan.
Unos cuantos días llevó la inspección. Ni la princesa se salvó de ser registrada.
Por fin, después de mucho andar, el cortejo nupcial llegó a destino.
Sin decir palabra, sin gesto alguno, había viajado Lu Shi.
Ella mandó que todos se detuvieran en un monasterio. Allí fue bañada y perfumada. Al son de la música comió, y en silencio durmió.
Cuando su hombre llegó, Lu Shi le entregó las semillas de morera que había traído escondidas en su cofre de medicinas. Después le presentó a tres doncellas de su servicio, que no eran doncellas ni eran de su servicio. Eran expertas en artes de sederías. Y después desprendió de su cabeza el gran tocado que la envolvía, hecho de hojas de canelo, y abrió para él su negra cabellera. Ahí estaban los huevos del gusano de la seda.
Desde el punto de vista de China, Lu Shi fue una traidora a la patria donde nació.
Desde el punto de vista de Yutian, fue una heroína de la patria donde reinó.
Espejos, Eduardo Galeano.
Más info:
Se autoinmola Rinpoche tibetano en Qinghai, China
*No olvides a Xiao Rong Xhou
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