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lunes, 28 de marzo de 2022

‘¿Tienes quien te cuide la mula?’ de Thaís Espaillat (Ed. Liliputienses, 2020)

 





Reseña publicada en la revista Poémame el 8 de abril de 2020. 


Una de las voces más recientes y rompedoras de la poesía dominicana. Utiliza el sarcasmo y la simplicidad de las cosas sencillas. Mujer nacida el año 1994 y, como ella dice, varada en Santo Domingo, República Dominicana, una isla que por suerte tiene internet. Estudió Comunicación Publicitaria para no dedicarse a ello. 



Es poeta, editora y artista visual. Su trabajo poético tiende a centrarse en documentar el mundo (interior y exterior) para luego digerirlo y entenderlo. Edita y diseña zines desde su pequeñísima editorial, Hacemos Cosas. Es una experta catadora de mandarinas que cuando tenía siete años casi se ahoga en el Atlántico y, según ella misma dice, la gota de agua salada que le entró por la oreja todavía le regala poemas. Publica intermitentemente en su blog, https://saltedeaqui.wordpress.com/

Su poesía muestra su única filosofía de vida: el surrealismo punk. Así, este libro de poemas, ¿Tienes quien te cuide la mula?, es otra de esas gratas sorpresas con la que José María Cumbreño y su editorial Liliputienses nos deleita, esta vez desde la colección Fundación Obra Pía de los Pizarro. Poesía de alto voltaje que abarca desde la violencia machista y la sexualidad disidente, hasta la sororidad y la rabia. Unos poemas que nos despiertan las normalizadas neuronas a lo políticamente correcto.

Thaís Espaillat es energía pura que pasa de la palabra y las normas escritas en sus poemas. En este, su tercer libro, no se pierdan los poemas que, en palabras de la propia poeta, nacieron de una serie de eructos en su hipocampo.

Escribí esto ayer

Hola mundo cruel,
te escribo para decirte
que te hice un bizcocho
que le da vueltas a la Tierra
aproximadamente tres veces y un cuarto
con su suspiro de plata
y su relleno de sal azul.

Lo partí en veinte pedazos desiguales
en forma de bote gris.
Todos se llaman Dolores
y cuentan hasta el Infinito

Que es una ciudad
que dejé en el horno

También te escribo para decirte
que todo se siente tan vacío
como muela de cangrejo desmembrada
que baila
y baila en sol
como edificio suicida.

Ojalá no hayas cambiado de dirección
porque esto es un secreto
y de llegar a las manos equivocadas
el bizcocho se comería todas mis playas.
Y no quiero.

Telegrama

Pequeña lista de imágenes en orden aleatorio:

Una fuente que se desborda
en un parque con luces naranjas,

una funda roja huyendo de los carros
en medio de la carretera
(nota al margen: parece un ramo de rosas),

un jardín que crece
en un techo rojo, al lado de una pared casi blanca,

una muralla morada y verde
del lado derecho, siempre del derecho,
que no deja salir al Sol,

unos insectos intentando besarse
en la luz de una lámpara,

unas manos que buscan algo
en una mesa,

unas alas cayendo
en el agua,

una mano que agarra un papel que dice:
“esto todavía me hace sentir sola.”

Esta almohada no es lo suficientemente grande para taparme toda la cara

La brisa no hace otra cosa
que no sea
traerme preguntas
que no puedo responder.
Como, por ejemplo,
por qué sigo
haciendo estas cosas.
No sé,
si te soy sincera.
Me gusta mirar
las luces doradas en las hojas
y pretender
que tengo esas mismas luces dentro,
que esas son las cosas que suben
bajan
van a todos lados.
No sólo reacciones químicas
malpuestas
por la evolución,
la falta de cueva,
de fuegomaderaceniza,
de autocontrol.

Te pregunto, brisa
viento sereno,
¿quién inventó el control?
¿Dónde hemos firmado todos
para saber que hay cosas
que sólo se hacen
para poder sentirnos culpables?
La culpa como recordatorio
de que me siguen importando las cosas.
¿De que estoy viva?
De que la crianza católica
no se va jamás.

¿Eres tú, Dios, el que me habla
en la brisa?
El Papa manda un fax
en una nube
desde tan lejos
hasta aquí.
Las luces doradas
son reflejos de su trono.

No vuelvo a mirar por la ventana.


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