La victoria de la extrema derecha (PVV) en los Países Bajos lo demuestra: si el progreso no nos indica el camino, lo hará el pasado
Rob Wijnberg
Traducción: Àngels Oliveras
En las últimas elecciones generales, los Países Bajos optaron por volver a un pasado ficticio. (1)
Ese pasado ficticio es la narrativa de un movimiento político mundial, más conocido como «nacionalismo nostálgico».
Los nacionalistas nostálgicos, que han ido en ascenso en todo el mundo durante años, tienen en común que ven el progreso como algo que quedó atrás en el tiempo. Un pasado en el que las fronteras de la nación y de la patria todavía importaban. Un pasado en el que la nación y la patria aún no estaban amenazadas por problemas transfronterizos, como el cambio climático o el aumento del nivel del mar; no estaban amenazadas por instituciones transfronterizas, como la UE o la OTAN, y no estaban amenazadas por el cruce de fronteras de gente extranjera, como personas musulmanas, solicitantes de asilo o refugiadas.
El progreso, según los nacionalistas nostálgicos, consiste en «regresar» a ese pasado: el pasado anterior a la globalización, cuando los extranjeros todavía vivían «muy lejos», la escasez de vivienda aún no era un producto «importado» por la inmigración masiva y las fronteras nacionales aún mantenían nuestros problemas de puertas afuera.
Regresar a una época en la que el mundo era todavía «un recurso y un cubo de basura infinitos», en palabras del filósofo estadounidense Noam Chomsky. Una época en la que el clima aún no constituía una crisis y el nitrógeno todavía no era un problema; la población seguía siendo nativa y el barrio aún era homogéneo; hacer barbacoas seguía siendo divertido y la vida en la granja seguía siendo romántica; la patria todavía era independiente, y la identidad propia, un orgullo.
Un pasado ficticio, porque nunca existió de verdad y además no puede volver. Pero un pasado «atractivo», bueno para que 75 millones de estadounidenses votaran a un mentiroso patológico, 53 millones de votos británicos fueran por la salida de la Unión Europea, 14 millones de argentinos votaran a un negacionista climático de extrema derecha.
Y bueno para que el ultraderechista Partido por La Libertad (PVV) de Geert Wilders haya obtenido 37 escaños. (1)
Por qué el nacionalismo nostálgico se propaga con tanta fuerza
La fuerte expansión de esa narrativa nacionalista nostálgica se debe tanto al talento retórico de sus predicadores más conocidos como a las deficiencias crónicas de sus oponentes más destacados.
Porque, durante años, la política progresista en todo el mundo ha adolecido de una flagrante falta de imaginación. En todo Occidente, sin excluir a los Países Bajos, la política progresista, tanto liberal como socialdemócrata, se enfrenta al mismo problema: no tiene una visión convincente que describa cómo se puede mejorar el mundo radicalmente.
Y es que entre las melodías de un reparto más justo y una agricultura más biológica suena sin parar el estribillo: «menos, menos, menos». No el tipo de «menos» que Geert Wilders lleva años propagando contra el Estado de derecho, sino el tipo de «menos» que lleva al rico consumidor posmoderno occidental a cambiar de bando; es decir: el de menos carne en la barbacoa, menos vacaciones en lugares lejanos, menos libertad para hacer lo que se quiera.
Mientras que el nacionalista nostálgico transporta a sus partidarios, aterrorizados por el futuro, a tiempos míticos de abundancia, cuando los Estados Unidos todavía eran grandes y los Países Bajos todavía eran «nuestros», el progresista vaticina demasiado a menudo y haciendo mucho ruido un futuro «de vida o muerte», de «dejar atrás», de «rebelión contra la extinción».
Esta narrativa está basada, sin duda, en una amarga realidad científica, pero no anuncia un futuro ilusionante. Desde las últimas elecciones, una narrativa que no llega a los 50 escaños en los Países Bajos, ni sumando todos los partidos progresistas al socialdemócrata Frans Timmermans (PvdA-GL). En cambio, volver a los Países Bajos de antaño (los Países Bajos de «Granjero busca esposa») ahora cuenta con casi noventa escaños en el parlamento.
Una valoración rápida poselectoral culpaba del resultado a Dilan Yeşilgöz del VVD (derecha liberal), que con su «no excluyo a ningún votante» abría la puerta de par en par a la posibilidad de nombrar primer ministro a Wilders, y cavó así su propia tumba populista. Pero este análisis instantáneo ocultaba al mismo tiempo el problema de base. Y este problema es que el progresismo de los Países Bajos no tiene una narrativa que la gente quiera creer.
Visto así, el resultado de las últimas elecciones es, además de un terremoto político, una mera continuación de la tendencia que se viene produciendo en todo el mundo desde hace años. Una tendencia que viene a ser: si el progreso, el concepto al que deben su nombre los progresistas, ya no nos muestra el camino, será el pasado el que nos diga hacia dónde vamos.
Los Países Bajos han dado un gran paso atrás en el tiempo. A los progresistas les queda la colosal tarea de explicarnos cuál es el porvenir que sí ven e imaginar un futuro en el que la gente sí quiera vivir.
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Artículo original en neerlandés:
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(1) https://www.rtve.es/noticias/20231123/resultados-elecciones-legislativas-paises-bajos/2461749.shtml
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