Nesrine Malik ©foto Declan Walsh
Traducción: Àngels Oliveras Corrección: Natalia Cervera
Huda tenía nueve años cuando le practicaron la mutilación genital femenina (MGF). La ahora sexagenaria profesora de inglés de una universidad privada de Jartum (Sudán) se comprometió a no hacérselo a sus tres hijas. El procedimiento, que consiste en el corte ritual de los genitales externos de una niña, le causó sufrimiento durante las relaciones sexuales y el parto. Sin embargo, a mediados de la década de 1980, cuando su hija mayor tenía casi 10 años, Huda cedió a las presiones de su suegra, que la acusó de no seguir las costumbres de las «buenas familias». Y añadió que si no seguía con la tradición de hacer la incisión a su hija, sería mal vista.
La única condición que puso Huda fue que se encargara una médica y no una "cortadora" (generalmente una mujer local que no tiene formación en el ámbito médico, ni dispone de equipo esterilizado ni usa anestesia). Pero cuando llegó el día, Huda no pudo afrontar la situación y, en lugar de cancelar la intervención, envió a su madre y a su suegra a supervisarla.
Los antecedentes familiares de Huda son egipcios y sudaneses.(1). La mutilación genital femenina era legal en ese momento en Egipto.(2) Le pregunté a Huda si creía que las cosas habrían sido diferentes en el caso de que hubiera sido ilegal en el momento que se la practicaron a su hija. ¿Se habría sentido más fuerte y amparada para llevar la contraria a la familia de su esposo?
"No habría sido muy distinto", dijo. «La única diferencia habría sido no poder elegir a un médico para llevar a cabo la intervención».
A pesar de los titulares positivos sobre los países que prohíben la MGF, (3) el problema persiste. La práctica sigue siendo legal en Sudán, pero incluso en Ghana, por ejemplo, donde se prohibió en 1994, algunas áreas todavía tienen un índice de más del 60 %.(4)
Como corresponsal de Better Politics en The Correspondent , he escrito sobre el poder de las sólidas redes humanas, que consiguen llenar los vacíos dejados por gobiernos e instituciones.(5) La persistencia de la MGF se debe justamente al poder de estas redes humanas, contra el estado, pero aquí en la resistencia a una legislación positiva. No serán los políticos quienes erradiquen la MGF, sino que se conseguirá precisamente aprovechando el poder de la comunidad, en este caso para luchar contra su práctica.
Por qué la ley no puede detener la MGF
Se calcula que 200 millones de mujeres vivas en la actualidad han sido víctimas de mutilación genital femenina.(6) A diferencia de la circuncisión masculina, que suele practicarse en la primera infancia, la mutilación genital femenina generalmente se realiza más avanzada la vida de la niña, lo que causa un dolor y un trauma enormes. En la versión más extrema, se extirpan los labios y el clítoris, y se cose la vagina dejando solo una pequeña abertura para orinar. El procedimiento resulta casi siempre en complicaciones sanitarias que pueden afectar a la víctima de por vida: infecciones, dolor vaginal, desgarro durante el parto e incluso infertilidad.
Suelen ser las mujeres quienes cometen e imponen esta práctica. (7)
Las madres, tías y abuelas que someten a sus descendientes a la MGF no lo hacen por crueldad. No son sádicas ni están manipuladas por los hombres. Suelen ser personas con formación (Huda tiene un posgrado, por ejemplo) y provienen de diferentes clases sociales. A menudo lloran y les resulta muy difícil quedarse en la habitación mientras mutilan a sus hijas, y delegan la responsabilidad en sus madres, que son más estoicas.(8) Se trata siempre de mujeres que también han sufrido mutilación genital femenina.(9)
Las campañas para erradicar la MGF en todo el mundo han fracasado en gran medida,(10) porque se centran en la ilegalidad y no en cambiar la mentalidad y el comportamiento. Incluso en Occidente, donde las leyes se hacen cumplir más que en las sociedades donde la MGF está profundamente arraigada, se ha perseguido poco y ha habido aún menos denuncias. En el Reino Unido, por ejemplo, la mutilación genital femenina se ilegalizó en 1985; sin embargo, la primera (y hasta ahora la única) condena al respecto no tuvo lugar hasta febrero de 2019.(11)
Hay numerosos problemas que dificultan la denuncia de los casos de MGF. Las víctimas suelen ser menores de edad, demasiado jóvenes para tomar el asunto en sus propias manos e informar a las autoridades, al margen de que estarían delatando a su propia familia, lo que significaría romper con ella: centros de acogida y un trauma aún mayor.
Una de las justificaciones más frecuentes —aunque errónea— en algunos países africanos es que es un mandato del Islam. La realidad es que ninguna de las principales religiones abrahámicas la prescribe.(12)
Otras justificaciones incluyen la higiene y la creencia de que la mutilación completa la sexualidad de la mujer, ya que cualquier órgano sexual externo se considera masculino. Va mucho más allá la explicación simplista de que es algo que los hombres imponen por la fuerza a las mujeres.(13)
En realidad, la principal dificultad para erradicar la MGF es su relación con formar parte de la «camarilla», un grupo pequeño, exclusivo, de personas que comparten un interés o una identidad compartida. Las otras dos hijas de Huda no sintieron alivio cuando su madre se negó a que les practicaran la cliterectomía; de hecho, tenían envidia. Pese a su temprana edad, consideraban la intervención de su hermana mayor como un rito de transición, que la celebraba y la conducía a la siguiente etapa de la vida. Así que, además de la presión de las mujeres mayores de la familia, Huda tuvo que lidiar con la de sus propias hijas, que insistían en que las intervinieran.
En lo que respecta a la MGF, la definición de esta camarilla es compleja y está llenas de capas entrelazadas, que tienen que ver con la religión, la cultura, la clase y el tribalismo, y crean una estructura identitaria casi impenetrable. Si una mujer se rebela contra la MGF, puede perder estatus o verse expulsada de una estructura familiar o social. Los mayores temores son el rechazo social y la falta de perspectivas de matrimonio para las jóvenes sin mutilar.(14)
La MGF persiste porque mantiene la exclusividad del endogrupo, no porque se crea en el valor de la práctica en sí misma. Por tanto, el argumento a favor es resistente a la legislación gubernamental y a cualquier postura contraria.
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